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jueves, 16 de septiembre de 2010

Carta a Dios

Ayer te soñé, te soñé vivo, con pájaro en mano y la mirada instalada en el cielo, avaricioso y humano. El deseo te causaba un inexplicable terror. En cada guiño de primavera descubrías un fusil, en cada escote un arcabuz, en cada plato de sopa y en cada ventana al dormitorio de ella o de ellas, una ballesta apuntándote al entrecejo. Perplejo como un cachorro de perro que se descubre por primera vez en el espejo, devastado como un monaguillo que sabiéndose en pecado no es capaz de renunciar al autoplacer y desea con todas sus fuerzas ser manco. Ayer te soñé vivo, más amigo del suelo que ingrávido, vestido de carne y sueño y hambre y sed, y dos o tres quilos de tierra en las botas. Recuerdo que quisiste mear, pero no habría valles pariendo ríos para ti esa vez, tan sólo una letrina maltratada por la carcoma. Quisiste comer, pero la estratosfera estaba demasiado lejos para ser tu mantel en esa ocasión, en su lugar un trapo de fieltro y agravio y un par de servilletas de algodón y superchería. Te soñé paseando por ninguno y por todos los callejones a la vez. Saboreaste el gusto salado de alguna lágrima perdida en el viento y por fin entendiste al blasfemo: te cagaste en Dios. Descubriste que cielo e infierno caben en un cuerpo de guitarra, que el tiempo no sólo se puede medir en segundos y eternidades, sino también en miradas dadas y trozos de pan que no llegan. Ayer te soñé vivo, dejaste de ser nunca y siempre, fuiste aquí y ahora. Celebrabas ser orgánico y endeble ,celebrabas tu existencia más allá de la mente de lunáticos y pusilánimes creyentes con vocación de súbdito. Lleno de arterias y poros y uñas y candor recorrías las veredas. Te pusiste a hablar con los caracoles, y a reirle los chistes a los gorriones y recuerdo, como entre risas, le confesabas a los peces del río que desdichado te sentías por ser Creador y no figurita de barro…

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